Pedro y el lobo espanta a la OSJZ

18157649_10156121286118266_776331245503059555_n

Mauro adora Pedro y el Lobo. Aún no cumple los 3 años de edad y ya sale a la cochera de la casa con andar pausado, simulando estar al acecho, mientras tararea las notas que identifican al cánido en el cuento sinfónico.

La música clásica, orquestal, instrumental o culta –como quiera que el lector prefiera llamarla y sea acorde a sus filias y fobias—enfrenta desde hace años el desafío de encontrar nuevos públicos y sacudirse el estigma de ser aburrida y sólo para el gusto de una élite.

Es curioso, porque las nuevas tendencias en la maternidad están haciendo que miles de mujeres embarazadas reproduzcan melodías verdaderamente clásicas –Beethoven, Pachelbel, Mozart, Händel—, interpretadas por ensambles orquestales y adaptadas para recién nacidos, como parte de los nuevos procesos de estimulación para sus hijos.

Me sorprendió incluso que en la evaluación escolar de Mauro, en pleno maternal, incluyeran el rubro “escucho con atención a la música clásica” (más me sorprendió que lo colocarán como “en proceso” cuando es capaz ya de identificar instrumentos y reproducir –tarareando, como dije— algunos fragmentos en sus juegos).

Pareciera entonces, que los padres new age comenzamos con un proceso educativo temprano, que luego abandonamos y la oportunidad de crear nuevos públicos se esfuma cuando cedemos ante personajes como Pepa la cerdita.

La cosa es que mantener a un pequeño interesado en la música de este tipo es difícil y los propios creadores toman parte de este prematuro distanciamiento.

Me explico: Guadalajara es una metrópoli que ofrece gran variedad de opciones culturales y, a diferencia de ciudades más pequeñas, éstas son frecuentes. Sin embargo, cuando se pretende acudir a un concierto de música culta con un menor de ocho años la cosa se complica.

El Teatro Degollado –que es el recinto donde se sostienen la mayoría de los recitales de este tipo—prohíbe la entrada a menores de esa edad, salvo en ocasiones muy especiales cuando el espectáculo está dirigido exclusivamente a ellos. Una prohibición absurda.

Luego entonces, están espacios como la Feria Internacional del Libro, que presenta un barullo insufrible y constantes distracciones para los pequeños. Finalmente, y de forma inusual, hay presentaciones al aire libre como la del pasado 28 de abril en el Parque Metropolitano, en la cual además se interpretó el aclamado cuento sinfónico de Prokofiev.

Primero, la elección del espacio para colocar el escenario fue un desatino: justo en el medio de los locales que expenden papitas, helados, refrescos y otras golosinas, por lo que el constante regateo en esos sitios producía ruido permanentemente.

Luego vino la interpretación timorata de Pedro y el Lobo por parte de la orquesta. No voy a negar que se trató una interpretación aceptable, afinada y pulcra, pero sí voy a decir que careció de corazón y de fuerza.

Tal vez a los juveniles intérpretes les asustó el lobo; tenían miedo de acometer con seriedad sus instrumentos y, al hacerlo, cometer un yerro. Tal vez no conocían a fondo la partitura y la montaron con premura, aunque ya la hubiesen interpretado casi 20 días antes en otra comunidad. Tal vez solamente les faltó pasión.

Es cierto, estoy especulando sobre las razones pero no sobre la falta de fuerza: para escuchar a los instrumentos había que parar bien la oreja porque el volumen de su interpretación, dígase con amabilidad, fue tímido.

La cosa es que el resto de sus intervenciones no lo fueron. Antes de Pedro y el Lobo, tocaron con mucho mayor brío y mejor volumen Cavalleria Rusticana; también después de Prokofiev incluyeron un par de piezas más tendientes al pop clásico, que resonaron en una buena parte del parque.

Sumado a eso, para la interpretación del cuento sinfónico se bajó del escenario a una buena parte de los músicos, quienes se entremezclaron por los costados con el público y se pusieron a “cotorrear” despreocupadamente sin siquiera modular su volumen.

Mauro escuchó –no con la misma atención y entusiasmo que lo hace en casa, ya sea con la versión de Disney, con la de la Sinfónica de Buenos Aires narrada por Luis Pescetti o con la de la Sinfónica del IPN narrada por Javier Solórzano—, también tarareó un poco, pero apenas culminó Pedro y el Lobo pidió retirarse a jugar.

Lástima, como dice un comentarista de futbol: lo tenían, era suyo y lo dejaron ir.

Un comentario

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.