minientrada Voz

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I

Se acerca al piano y se detiene a un lado de Chip Crawford con el porte de un cantante de los años 50. Tras escuchar la elección de la pieza que ha de interpretar, esboza una sonrisa cómplice y complaciente, se cala la gorra de jazz y comparte el tema con el resto de la banda.

Yohuske Satho entonces zapatea tres veces antes de emitir la primera nota con el saxofón y la música para el encore comienza.

Gregory Porter entonces hecha el torso hacia delante con gallardía y da un paso al frente –como cuando un matador reta al toro— y luego entona en buen español: “Siempre que te pregunto/que cómo, cuándo y dónde/tú siempre me respondes:/quizás, quizás, quizás”.

El teatro Degollado se cae a pedazos.

II

Es una tarde de marzo de 2004. El día anterior había nevado y Nueva York era ese lodazal que forman el agua nieve, el polvo y el aceite de auto cuando se desvanece la blanca e impoluta imagen que guardan las postales de su invierno.

Y esa misma nevada ha provocado ventiscas todo el día, son esas ráfagas de viento las que de verdad hacen sentir el frío. Pero ésta, la de ésta hora, parece de película de terror: no permite caminar, para avanzar un poco hay que encorvar el cuerpo y esforzarse a tope. Por eso, me decido entrar al primer cuchitril que ofrece refugio en El Bronx.

No fue buena elección, apenas un grupo de personas que parecen sacadas de un video ochentero de MC Hammer puebla la barra del local. Me miran con desprecio y en sus sonrisas relucen dientes de ¿oro?

No les agrada el intruso con la cámara colgando del cuello, pero los dijes incrustados de brillantes que de los de ellos cuelgan no son menos ostentosos. Mantienen la mirada violenta y fija sobre el extraño, haciéndole saber que estarán vigilantes.

Pido una cerveza barata y los cinco dólares que exige por ella el mesero me duelen más que los huesos golpeados por el aire frío. Estoy tan incómodo como los parroquianos cuando, aunque me encuentro dispuesto a salir de ahí corriendo, las notas de un trío de jazz comienzan a sonar y son perfectas. Me quedo.

III

Aaron James, al menos como apareció vestido en su segunda presentación en Guadalajara, me recuerda a Carlton (el primo almidonado de Will Smith en el programa ‘El Príncipe del Rap) hasta que toma el tololoche y hace prodigios con él.

Es curioso, el baterista Emmanuel Harrold –ahora que ha salido al escenario sin su panameña- también parece sacado de la misma serie: podría ser Jazz, el inseparable amigo de Will. Luego ataca los tambores y el universo se puede entender a partir de la música.

Piano, bajo, batería y saxofón sucediéndose e improvisando con la perfección matemática de este arte, construyen el paisaje perfecto para que venga Porter y haga lucir esa voz grave y profunda que lo ha convertido rápidamente en una figura de culto.

Ya no hay espacio para las referencias de televisión barata, este jazz exige sumergirse sin distracciones en ese paisaje sonoro y ser feliz.

IV

Es un recital en Guadalajara, solemne y formal como lo exige el escenario más antiguo e importante de la ciudad, y sin embargo se siente esa misma pasión que se percibe en los jams de los agujeros más oscuros de El Bronx.

Gregory Porter no solamente es un monstruo en el foro: su porte elegante impone y su voz potente arroba a cualquiera pero es el sentimiento que imprime a sus interpretaciones donde estriba su verdadera fuerza escénica.

“Lamento no haber sabido de su existencia hasta antes de esta noche” escribe un amigo en su perfil de Facebook. La buena noticia, estamos de acuerdo, es que ahora lo hemos descubierto.

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