Y yo, ¿qué chingados hago aquí?

«Homeless and cold» by Ed Yourdon is licensed with CC BY-NC-SA 2.0. T

La luz del amanecer se cuela por entre tu silueta, de contornos suaves, a lo lejos un grupo de trasnochados se tropieza hasta con su propia sombra. Las luces del la placita se apagan de repente, como se nos apagó la pasión. Aunque ésa es una historia añeja, todavía me duele. ¿Sabes? Creo que es por eso que sigo aquí, sentado sobre la pinche banca fría del parque público, esperando que regreses y desaparezca todo este dolor.

Uno de los briagos se acerca. «¿Me rrrgalas un cigarro coompadrrre?», dice. Extiendo mi brazo para ofrecerle la cajetilla sin emitir ningún sonido. «Grrrcias», termina. Da dos pasos torpes antes de azotar, se levanta mirando a los lados, se sacude y sigue su curvilíneo trayecto. ¿Y yo qué chingados hago aquí?.

Me pesa mirarte en los íconos que cargo conmigo. Mi cartera está llena de ellos, casi tanto como tu casa de mi fantasma. No te ha importado esa mirada de reproche que cae sobre ti todas las mañanas. Eres una puta  contenta, te acuestas con el mejor postor  a cambio de casa, coche, una vida cómoda y dos hijos. ¡Qué más da!

Otro beodo se agrega al grupo, este trae el trofeo de la noche. Logró conseguir su sexoservidora. Siete manos recorren el cuerpo de la voluptuosa, a todos se les antoja; la octava mano está ocupada.

La escena es decadente, mi imagen sirve de consuelo para las beatas que van a misa de seis. Se persignan cuando pasan a un lado de ellos; a mí, me dejan dos monedas.

¡Fina estampa la mía! Me confunden con pordiosero y yo sólo mendigo una mirada tuya. Quizás un simple «adiós» bastaba para que te deshicieras de mí; sin embargo, estoy atorado aquí, esperando a que regreses.

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